Bienvenidos

Hace tiempo que las personas han estado obsesionadas en conocer todos los secretos del espacio exterior. Se han gastado miles de millones de dólares en tratar de llegar a los lugares más reconditos del universo. Sin embargo, aun no conocemos los secretos que guardan las profundidades del mar.
Esto no es simplemente cuestión de ciencia o de presupuestos de egresos de gobierno. Es una cuestión de cambio de paradigma. Debemos dejar de ver las cosas como las ven los demás, pero sobre todo, dejar de ver las cosas que ven la mayoría.
Adéntrate en un mundo que rompe los paradigmas y juntos observemos el fondo del mar.

jueves, 26 de marzo de 2009

Que la vida se encargue

El simple hecho de pensar en castigar o no a alguien, me pone a pensar en si eso es o no ético. Alternativas para castigar. Alternativas. Castigo.
Sinceramente, no creo que haya peor castigo que el vivir. Estoy seguro que los pecados, si es que existen, se pagan en vida y de igual manera las virtudes se ganan en la vida misma.
Pero dejemos esas reflexiones atrás y veamos de lleno el ejemplo del cuento ¡Diles que no me maten! de Juan Rulfo y tratemos de contestar las siguientes preguntas: ¿es válido aplicar el castigo sin importar los años que hayan transcurrido? y ¿qué alternativa se pueden proponer en vez de la muerte como castigo?
Sólo para introducir, el cuento trata de un hombre que ha matado a alguien cuando era joven, unos cuarenta años atrás, toda su vida a vivido perseguido y escapando de todos. A pesar del tiempo, el hijo del asesinado, ahora coronel, espera al asesino en la puerta de su casa, lo ve, le explica que nunca conoció a su padre por su culpa y finalmente, lo fusila.
Uno puede suponer lo siguiente: si ha matado a alguien debe de recibir castigo. Pero, si el castigo ya se lo ha dado la vida misma, ¿es necesario matarlo?
Basándonos en el cuento, yo creo que el coronel está en todo su derecho de ir a exigir que el asesino pague su culpa. Ha matado a un hombre, debe de ser castigado. No importa el tiempo, no importa el cómo. Me decía mi abuelo: ojo por ojo, diente por diente. Y pues si no mal recuerdo, muchas de las personas, aun en la actualidad, siguen pensando de esa manera. Y es que sólo el cristianismo nos habla de poner la otra mejilla.
Por otro lado, escuchando un poco al viejo, creo que de verdad ha vivido mal. Y es que si vivir es andar de un lugar a otro cuidándote las espaldas día a día, pues mejor no estar vivo.
Pero de verdad el personaje que si me pone la piel como erizo, es el hijo. Es frío, indiferente, antipático, egoísta. Él, desde mi punto de vista, es el único que debería merecer castigo.
Y será que mi educación me lleva a pensar en que está primero el defender a la familia y luego poner los intereses propios. La verdad no daría la vida por mis padres, pero si haría todo lo posible por lograr que vivieran un tiempo más. El hijo sale, se preocupa por su vida y no logra si quiera, un día más de vida para su padre, ¿quién lo castiga a él?
Como lo hemos visto, el cuento se puede ver de muchas maneras. Tajantemente, creo que no hacía falta matar al viejito. Ya había vivido bastante mal. Por otro lado, el coronel está en su derecho de aplicar su ley. Y pues el hijo tiene toda la libertad de defender o no a su padre. Finalmente, en ese tipo de situaciones uno nunca sabe cómo reaccionará hasta que no las vive en carne propia.
¿Alternativas en vez de la muerte? Supongamos que sugiero que siga viviendo y que haga trabajos forzados y demás. ¿No me convierte en peor persona? ¿Quién soy yo para definir si sigue o no viviendo con normalidad?
Como lo decía al inicio, me incomoda demasiado pensar en el cómo castigar a una persona. Conozco mucha gente que merece ser castigada. Pero también creo en el arrepentimiento. Pero sobre todo creo, en que la vida es la que mejor castiga. Así que, quieren una respuesta: que la vida se encargue.